El evangelio de Juan es el más tardío de los cuatro y, en parte por ello, es el más elaborado. La fuerza y la elocuencia de cada línea y de cada símbolo superan su mismo contenido en aras de transmitir el centro de su mensaje.

En San Juan la buena noticia del Evangelio consiste en que Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, se ha encarnado para hacer hijos en Él a quienes acepten la Palabra que el Señor les anuncia de parte del Padre y, aceptándolas como lo que son (“luz del mundo”, “camino, verdad y vida”) perseveren en esa vida a la que se accede por el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu (Jn 3) y el misterio del Pan de vida (Jn 6) para vivir el amor que sirve como Jesús (Jn 11) por formar parte del Cuerpo y de la Vida de Cristo como el sarmiento vivo es parte de la vid (Jn 15).

Miremos ahora más allá de cada linea del evangelio de este sábado para desentrañar algo de lo que la Palabra viva nos quiere decir para nuestro hoy.

[Juan] “En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: – «Éste es de verdad el profeta.»
Otros decían: – «Éste es el Mesías.»”.

Una buena parte de nosotros nos hacemos las más importantes preguntas en función de las necesidades de cada momento.  Salvo las personas que tengan una conciencia mas intrépida y hambrienta de verdad, ¿quién se va a preguntar por la justicia si nunca sufrió la injusticia? ¿Acaso  nos preguntamos por el sentido de la vida hasta que la muerte se nos muestra como una realidad cercana y no como una simple posibilidad?  Salvo los más prudentes, ¿quién va al médico si no tiene ningún dolor o síntoma o quién busca un libertador si cree ser libre?

ESTA ES LA CLAVE DE LA VIDA, LA LLAVE DE LA VERDAD: ¿Cuáles son hoy tus necesidades?, ¿cuáles son las preguntas y clamores que brotan de ellas y dónde o en quién buscas respuestas? [Juan] ” Los guardias respondieron: – «Jamás ha hablado nadie como ese hombre.»

Lo más importante a la hora de buscar la paz interior y la verdad no es encontrar prontas respuestas sino aprender a hacer las preguntas adecuadas. Generalmente nos resistimos a buscar esas preguntas porque formularlas nos compromete en el caso de que alguien nos ofrezca una respuesta y  preferimos entretener la conciencia con “preguntas de superficie” en lugar de buscar de verdad el “quid” de la cuestión que ahora nos interroga.

No queremos hacernos las verdaderas preguntas porque no queremos cambiar, no queremos renunciar a nuestras costumbres y estilo de vida y por eso nos cuesta asumir las preguntas que nos desafían desde la realidad de hoy, incluso cuando se nos viene encima un toro rabioso que no sabemos cómo evitar. Lo más fácil es dar respuestas vanas y terminar como lo hace el relato evangélico de hoy: “Y se volvieron cada uno a su casa.” ¿Haremos de nuevo lo mismo?