[1Juan] “En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamien­tos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.”

[Lucas] “En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: -Paz a vosotros. (…) Vosotros sois testigos de esto.”

El saludo con el que siempre el Resucitado “rompe el hielo” del asombro de todos aquellos ante los que se aparece bien puede tomarse como un avance de su programa, un propósito de intenciones, un marco en el que recoger lo que quiere mostrar a los suyos: “Paz a vosotros” y “Alegraos”.

La zozobra y la inquietud que nos desasosiegan, en cualquier circunstancia de la vida, provienen de la injusticia que se padece y de la incertidumbre ante el mañana.  No saber qué pasará con las personas que acunan nuestro corazón ni con las distintas cosas materiales necesarias en las que se apoya nuestra vida es una fuente de inseguridad y de temor a perder lo que es para nosotros importante. En medio de esos sentimientos tan humanos y naturales, Cristo resucitado insiste: Paz, alegraos.

“Una sola cosa es importante”, dijo Jesús en Betania cuando la desazón encorajinada de Marta reprochaba a su hermana María que se centrara en la escucha y la contemplación de la Palabra viva en lugar de aunar fuerzas con ella para sacar adelante más trabajo; “Todo pasa, solo Dios queda”, decía Santa Teresa, pero no se trata de quitar importancia a las cosas, a los trabajos, a los bienes sino que la Vida del Resucitado y nuestra fe pascual los resitúa, los recapitula y coloca en su lugar: a los pies de quien nos ayuda a encontrarle sentido a todo porque Él se lo da. Paz, alegraos.

Los pobres, sobre todo en el Tercer Mundo, nos enseñan que la alegría de vivir, a pesar de no conocer más que penuria y carencias, es lo que les permite mantener su dignidad cuando los que no somos pobres atentamos contra ella con nuestro bienestar plagado de excesos a su costa. De ahí que Jesucristo los llame bienaventurados, pues están mucho más cerca de Dios y de la humanidad que quienes nos refugiamos tras rejas y puertas blindadas para podernos sentir seguros.

En este tiempo de Pascua se nos llama a volver de Emaús por haber escuchado desde el corazón la Palabra del Resucitado y haberle podido, por ella, reconocer en la fracción del pan, en la comunidad de fe a la que hemos de volver y en el surco de la vida de cada día donde tantos necesitan escuchar de El: Paz a vosotros, alegraos. Y nosotros somos testigos de esto.