[A pesar del mínimo aforo autorizado por razones obvias, todos en comunión con Nuestra Señora y entre nosotros en el día de su fiesta.]

Después de tener que cancelar el pasado año todos los eventos relativos a la celebración de Nuestra Señora del Valle por razón de la grave crisis epidemiológica que seguimos sufriendo en España y en el mundo entero, este año no se va a pasar la Fiesta sin al menos un acto, sin al menos una celebración con la que poder hacer eco ante todos de la viva devoción que la Virgen del Valle despierta entre los habitantes de nuestro Toledo. Con devoción y sencillez, vamos ahora a contemplar brevemente las escenas evangélicas en las que Nuestra Señora es puesta de relieve por quien es y por lo que representa para nosotros.

En primer lugar,  María es la Virgen de la Anunciación. La que fue madre de Jesucristo -el Hijo de Dios- por la docilidad y asertividad por la que acogió la voluntad del Padre con amor y obediencia, hizo de ese mismo amor y de esa obediencia la fuerza que la convirtió en la primera y mejor discípula del Señor Jesús, a quien siguió con fidelidad hasta el mismo pie del Calvario. Allí, el Señor nos la dio por Madre en la persona de San Juan, el discípulo amado, como lo somos todos para Dios cuando le seguimos de la mano de María. Aquí ya nos ofrece Nuestra Señora del Valle, María Santísima, un rasgo a imitar hoy por todos sus devotos: la fidelidad en la Verdad y en el discipulado hasta el final, a pesar del coste que las circunstancias nos impongan.

En un segundo momento, y tras contemplar en el primero a la Virgen en referencia a Dios, busquemos en el Evangelio a María, la Madre, en referencia a nosotros.

En la Visitación, nuestra Señora antepone las necesidades de su prima anciana, Sta. Isabel, a su propia comodidad y seguridad estando ya incluso en estado de buena esperanza, como también lo estaba la que habría de ser la madre de San Juan Bautista. Esa solicitud hacia los demás, urgida por la Caridad que es Dios gastándose en sus entrañas, la volvemos a encontrar en Caná de Galilea, muchos años después.

Los devotos de Nuestra Señora del Valle aprendemos de ella a no desvincularnos de las necesidades y apuros de los demás sino, por el Amor del Dios que se nos ha sembrado dentro, nos hemos de hacer “propiedad publica”, personas entregadas a promover ese bien común tan concreto como es el bien y la felicidad de los que se ven a nuestro alrededor en cualquier tipo de crisis o aprieto.

Las únicas seis palabras que María nos dirige en todo el Evangelio a los discípulos (“Haced lo que él os diga”) así como todas las ocasiones en que Jesús puso en valor a María no tanto por ser Su madre sino por ser quien mejor había asumido la voluntad del Padre como voluntad propia, nos ponen en la pista de la más auténtica y moderna devoción que podemos tributar a Nuestra Señora del Valle en estos tan duros tiempos de pandemia.

Preocuparnos y ocuparnos de los hijos en Nuestra Señora más débiles y vulnerables, de los enfermos, de las familias de quienes han fallecido mayormente en soledad, de quienes ven amenazado su futuro por la situación del mercado laboral y de la economía nacional y doméstica así como de todos con los que podemos entablar relación pues todos somos víctimas de la situación actual.

En medio de esta llaga inmensa abierta en la entera humanidad, los devotos de la Virgen del Valle podemos encontrar la ocasión de vivir entrañablemente una devoción a María que se comprenda como imitación de lo que significa y realiza la presencia de la Madre de Jesús a nuestro lado como Madre de Dios y Madre nuestra.

Nada nos pueden impedir jamás celebrar y venerar así a María Santísima y nunca podremos tributarle un homenaje mayor que éste, junto con todos los demás que hemos de sacrificar en aras de la salud pública y que, ojalá, podamos recuperar ya el año próximo.