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[Juan] “Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Yo soy el pan de la vida. El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.”
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Vaciarse para llenar a otro, abajarse para que otro ascienda, despojarse para cubrir su desnudez, dar la vida para que otros la descubran en lo que es en verdad, denunciar la opresión y la manipulación de los más indefensos… todo esto y mucho más, tanto que no cabría ni en un grueso tomo, resalta lo que supuso la Persona y la obra de Jesucristo por la Humanidad; todo esto y mucho más permanece vivo y operante en la Iglesia de Cristo donde los discípulos del Señor viven los diferentes aspectos de la vida cristiana según la gracia de su propia vocación y sus fuerzas.

Mayores y niños, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, misioneros y contemplativos, padres de familia, sacerdotes y religiosos, catequistas y ministros laicos, bienhechores y colaboradores de buena voluntad en la única obra que nos une a todos y nos hace iguales a todos: el ser humano, mirado y considerado como un fin en sí mismo, como lo considera Dios.

En el verdadero humanismo se acortan hasta anularse las diferencias de género, de origen o de cultura, de nacionalidad y raza, hasta la diferencia de credo ya no es tomada como una barrera insalvable sino como una circunstancia que nos diferencia pero no nos separa cuando sabemos buscar el vínculo en el que el Creador de los hombres quiere encontrarse con todos y cada uno: el respeto y la veneración de la sacralidad de toda vida humana, de su dignidad infinita.

Un lenguaje muy cristiano con el que hacer hoy audible e inteligible el idioma del Evangelio, por mucho que no pocos también así lo rechacen, es ese humanismo que nos moverá a contemplar la humanidad de Jesús y la de nuestros prójimos para salir al encuentro de éstos con el estilo, las motivaciones y los sentimientos del primero.

La oración y la gracia de los Sacramentos son el taller donde el Orfebre divino cincelará en nosotros los rasgos de Su Hijo para que comprendamos y vivamos la palabra “humanidad” desde la referencia y el modelo de esa divina humanidad que por ser de Dios no lo es menos del hombre, de todo varón y de toda mujer que le pida más a la vida, que se lo pida todo. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud”.

“Pedid y se os dará.” Acertemos con qué pedir y con a quién se lo pedimos.