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[Juan] “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.”
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Veíamos en la reciente fiesta de la Conversión de San Pablo cómo este santo percibió desde el primer momento de su andadura como cristiano la continuidad entre Cristo y los cristianos, experiencia que después plasmaría en el capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios como la “teología del cuerpo místico”.

Desde esta consideración de la Iglesia como un cuerpo en el que todos los miembros se necesitan recíprocamente y dónde solo Cristo es la cabeza, destaca la igualdad de dignidad de todos esos miembros (“todas las células de un cuerpo tienen el mismo Adn”) y la vida que comparten, la energía vital que distribuye quien está a la cabeza. El Espíritu Santo es esa “dynamis”, la fuerza de Vida nueva que el Resucitado envía sobre los miembros de Su Cuerpo como una “synergia” que promueve que el bien de cada uno sea bueno para todos los demás.

El evangelio proclamado ayer y hoy asi como “la receta culinaria” que os compartia retoma esta continuidad entre Cristo y los cristianos desde la unidad y la identidad del Hijo con el Padre, desde la unidad y la identidad de cada discipulo con el Hijo y, por éste, también con el Padre que adopta y asume como a hijos a todos los que son miembros de Cristo. Por ello, la luz increada que es Dios y que ilumina el mundo a través del Hijo Eterno Encarnado es la luz de gracia que ha de resplandecer en la vida, en las obras y en las palabras de todos los que son y quieren permanecer como miembros vivos del Cuerpo de Jesucristo que es la Iglesia.

Nuestra vocación bautismal es ser candelero de la Luz pascual de Cristo resucitado para que el mundo participe y se beneficie de dicha claridad en medio  de las tinieblas que promueven los que pertenecen al mundo y urden todo tipo de confabulaciones y conflictos para acrecentar su torpe y corrupto poder.  Vivamos cada uno siendo y haciendo lo que a cada uno corresponda, pero hagámoslo juntos; tratemos de ayudarnos a ser Luz de Cristo en medio de la sociedad, como individuos y como comunidad creyente, para que nadie tenga que vivir condenado a las tinieblas.